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Miluska Perú

Miluska Luzquiños, transfeminismos por los caminos del Perú

La abogada Miluska Luzquiños es una de las activistas más reconocidas de Perú: además de crear la primera Casa Trans Zuleymi, que hoy tiene sede en cuatro regiones del país, Miluska ha impulsado debates importantes en materia de derechos para las personas trans en su país.

Miluska Luzquiños ha recorrido muchos caminos en su natal Perú. De niña le gustaba salir del colegio e ir corriendo a la parcela de sus abuelos en la provincia de Lambayeque, al norte del país, para buscar guabas y mangos. En el campo era libre de correr, prender el fuego para hacer caramelo de algarrobina y abrir huecos entre los tallos de paja para esconderse.

Más adelante, tras la precariedad económica que dejó la muerte de su abuelo, Miluska salió a la calle a ejercer el trabajo sexual. Pero un día su abuela -quien la crió y es su principal aliada de vida- le preguntó: “¿qué vas a hacer con tu vida, Milus? Vamos, que te voy a inscribir en la universidad”. (Ver: La fuerza de Lola Dejavu).

Así salieron una mañana de casa, abuela y nieta, a reescribir un futuro no sólo para Miluska sino para muchas mujeres trans que habrían de ser impactadas por su lucha transfeminista. (Ver: Transfeminismos latinoamericanos: sororidad, resistencia y cambio social).

Ella era, entonces, la primera mujer trans en asistir a la universidad en Chiclayo. Así que tras matricularse como estudiante, la universidad expidió un protocolo para la vestimenta, temiendo que Miluska transgrediera “la etiqueta”. (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género).

“¿Qué vas a hacer con tu vida, Milus? Te voy a inscribir en la universidad”, le dijo un día su abuela, a pesar de las dificultades económicas que enfrentaban.

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En ese lugar, además, era catedrático el papá de Miluska. “En algún momento me acerqué a él para pedirle que nos ayudara con media beca, como hija de docente, ya que mi abuela y yo vivíamos de una pequeña pensión y del trabajo de ambas en un café internet que ella administraba de día y yo de noche”. La respuesta de él fue: “la universidad no es un lugar para personas como tú”. (Ver: “Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”).

Pero ella y su abuela estaban determinadas a demostrar lo contrario. Él terminó renunciando a su trabajo mientras que Miluska acabó afianzándose como una estudiante dedicada, merecedora por su desempeño académico de media beca durante toda su carrera y querida por sus compañeros y profesores. El padre se acercaría años después a intentar arreglar la relación. Pero ya había una herida profunda.

Hoy Miluska Luzquiños es una de las caras más notables del activismo transfeminista del Perú. Creó la primera Casa Trans Zuleymi, una red que ya cuenta con cuatro casas autogestionadas por y para mujeres trans a través de las cuales no sólo reciben en un lugar acogedor y seguro a mujeres trans desprotegidas -muchas desplazadas de áreas rurales- sino que hacen pedagogía en derechos y en salud sexual. (Ver: Mónica Estefanía Chub, mujer trans, católica e indígena de Guatemala).

Recientemente Miluska obtuvo el premio Franco-Alemán de Derechos Humanos otorgado por esos gobiernos a personas defensoras de derechos humanos alrededor del mundo.

Ella es también funcionaria del Fondo Mundial para la lucha contra el VIH/SIDA. Fundó la Plataforma de Mujeres Trans del norte del Perú que ahora se llama Transorganización Feminista, la cual dirige.

Miluska, además, ha tenido un papel de liderazgo en el largo trámite en el Congreso de Perú -aun inconcluso- de una ley de identidad de género para ese país. (Ver: La Corte Constitucional de Colombia y los derechos de personas LGBT).

En Perú hemos tenido presidentes casi que cada año, cierres de Congreso y congresos muy corruptos con participación de personas del movimiento ‘Con mis hijos uno te metas’ que ha estado involucrado en decisiones políticas y ello ha interferido para que el proyecto de identidad de género prospere. Estamos a la espera de que pueda pasar a plenaria”, explica. (Ver: Qué es el fundamentalismo religioso y qué implica realmente).

Los desafíos son múltiples, el más reciente la oposición del Congreso a que se realice en Perú la Asamblea General de la OEA por el pedido de que se implemente un baño neutro. (Ver: Derechos LGBTI, firmes en la OEA).

Desde Lambayeque, Miluska recorrió junto a Sentiido los caminos del pasado y del presente de su vida como activista transfeminista. (Ver: Qué es el transfeminismo en América latina).

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Una mariquita feliz

Miluska siempre se sintió amada por su abuela y por su abuelo. Tuvo una infancia feliz, tranquila. Recuerda tener ocho años y estar enamorada platónicamente de un trabajador de la finca. Ella lo miraba, suspiraba y callaba. Nunca lo habló con nadie porque escuchaba muchos comentarios negativos sobre “esos maricas” con los cuales no quería identificarse. (Ver: Cristina Rodríguez: mujer orgullosamente trans).

A pesar de eso, el ambiente en su hogar era de libertad, juego y cariño. “Mi abuela ha sido muy consentidora. Me acuerdo que una vez me puso unos rulos y yo feliz con mis rulos para dormir. En la mañana llegó mi abuelo con la leche, me vio con mis rulos y le gritó a mi abuela: ‘¿qué carajos le pusiste al muchacho, lo quieres volver maricón?’. También cuando tenía seis años me metí debajo de una mesa y me pinté los labios con el tinte de una torta y ese tinte no salía. Fue todo un escándalo de parte de mis tías que no entendían por qué mi abuela me daba toda esa libertad”. (Ver: El género desde una perspectiva trans).

Miluska dice que aunque nunca lo hablaron, su abuela siempre la entendió.Ella dice que yo era una mariquita feliz, porque tenía la posibilidad de cantar, gritar, escoger mi ropa y eso en una época aún más difícil. Yo por eso siempre he dicho que el amor de mi abuela lo ha traspasado todo”, dice Miluska con una sonrisa.

Ese mismo amor llevó a la abuela de Miluska a convencerla de entrar a la universidad, cuando ni ella misma creía que podría hacerlo. “Tú has vivido como Miluska y como Miluska tienes que ir a estudiar”, le dijo su abuela a pesar de las dificultades económicas que enfrentaban. (Ver: Orgullosamente trans)

En la facultad, después de vencer una resistencia inicial de parte algunas de sus compañeras que no querían compartir el baño con ella, Miluska se integró a su clase y allí formó lazos profesionales y de amistad que duran hasta hoy. (Ver: Baños mixtos: una apuesta por la inclusión).

Había todavía más ignorancia frente a las personas trans. No sé cómo se imaginaban que yo me iba a ir vestida, que crearon un protocolo. Algunos compañeros me contaban que otras personas les habían preguntado ‘pero cómo hay una persona trans en tu clase’ y ellos decían, ‘pues estudiando’”, recuerda y se ríe.

Al graduarse, un consultorio jurídico le dio su primera oportunidad laboral profesional. “Era un espacio binario y heterosexual”, recuerda ella. Su jefe, después de establecer unas normas rígidas sobre cómo debía vestirse, le dio el empleo y allí estuvo Miluska usando sastre, trabajando como asistente y aprendiendo sobre derecho de familia.

En un encuentro liderado por hombres gais, algunas compañeras trans se le acercaron a Miluska y le sugirieron crear una plataforma trans. En un principio ella rechazó la propuesta: tenía un trabajo, un novio, una vida resuelta.

Sin embargo, la causa transfeminista la andaba buscando. La invitación llegó a través de un activista gay quien la invitó a una reunión para hablar de derechos LGBTIQ. “En  esa reunión había siete mujeres trans y 33 hombres gais. Ellos estuvieron dando unos discursos extensos sobre esto y lo otro y las compañeras sentadas. Entonces, me acuerdo que les pregunté por qué había tantos hombres gais y tan pocas mujeres trans si más temprano nos habían hablado de cómo la violencia y la exclusión recaían contra los cuerpos trans feminizados. Me miraron mal”, recuerda.

Pero ese “mal de ojo” no la perjudicó. Al contrario, a raíz de su comentario, otras compañeras se le acercaron y le sugirieron crear una plataforma trans. En un principio Miluska rechazó la propuesta: ella tenía un trabajo, un novio, una vida resuelta. (Ver: Mujer trans, pastora evangélica y mamá).

Pero la idea le quedó sonando y al saber que había una convocatoria del Fondo Mundial contra el VIH/SIDA para apoyar diversas iniciativas, se lanzó junto con sus compañeras a crear una propuesta. “No sabíamos hacer propuestas, no sabíamos cómo gestionar nada, sin embargo, nos presentamos y nos otorgaron los fondos”. Así nació la Plataforma de Mujeres Trans del Norte del Perú, primera en su tipo en este país.

Haciendo camino al andar

A medida que se metía en el activismo, Miluska iba encontrando más y más motivos para seguir por este camino. La violencia, la falta de oportunidades, la expulsión temprana del hogar, el trabajo sexual como única opción de subsistencia, la ausencia de servicios de salud y la falta de amor. Todo lo que vivían sus compañeras la tocaba profundamente. Inclusive la imposibilidad de despedirse de este mundo de una manera digna.

Yo ya conocía las implicaciones de no poder tener acceso al nombre social, pero hubo un caso en particular que me dolió muchísimo. Fue una chica que murió y llegó su familia desde una comunidad Awajún en la selva del Perú, en Pucallpa. Cuando vieron el cadáver de la compañera, como ella había reafirmado su identidad de género a través de prótesis y terapia hormonal, la familia no reconoció a la chica, decía que ella no era su hija, que su hijo había salido de otra forma de la comunidad”.

Al no ser reconocida y al no tener documento de identidad, no les podían entregar el cuerpo ni a Miluska ni a otras compañeras porque no eran familia de ella. “La enterraron como NN. Ahí nos informaron que muchas otras eran enterradas como NN y yo pensaba: ¿cómo es posible que ni siquiera podamos morir con nuestro nombre social?”.

Empezando por ahí, pero siguiendo con otros derechos básicos como el derecho a la salud, la educación, al trabajo, a la morada. Era mucho lo que había -y aún hay- por hacer en Perú por las mujeres trans.

La primera obsesión de Miluska fue construir una casa trans donde sus compañeras pudieran encontrar el refugio y el apoyo que les han negado en sus familias y comunidades.

Hoy la Casa Trans Zuleymi es autogestionada. Se mueve a partir de los talleres en diversos oficios que allí se imparten y que a la vez se usan para producir recursos para la casa y sus habitantes.

Con la primera financiación que obtuvo, Miluska hizo una campaña sobre el uso del condón, pero rápidamente vio que había una necesidad enorme de crear un espacio en el que se pudiera ir más allá de repartir preservativos.

Así que decidió crear una casa, aunque no tuviera muy claro cómo hacerlo, ni para cuánto tiempo le alcanzarían los fondos con que contaba o cómo iba a continuar financiándola más adelante. Ella y sus compañeras aprendieron sobre la marcha y hoy la Casa Trans Zuleymi tiene sedes en Lima, Iquitos, Piura y Lambayeque.

Me decían que era una locura, que mejor con los recursos hiciera una consultoría, pero yo decía, no, yo quiero hacer la casa, aunque sea de dos piezas. Y la hice, pero la plata me duró para cuatro meses y de ahí en adelante estaba como loca pidiendo apoyo. Y aquí quiero mencionar a Juan Carlos Izaguirre, un trabajador del Banco Mundial en Washington, peruano. Cuando lo conocí dijo: ‘no, no la puedes cerrar, yo te voy a ayudar’ y ha sido una de las personas que más nos ha ayudado”.

En la Casa Trans Zuleymi -que tiene ese nombre en honor a una adolescente de 13 años asesinada en 2006– no hay abeja reina, sino que todas son obreras, como lo dice Miluska. “Tal vez algunas antes de entrar a la casa se imaginan que aquí está todo listo, pero al entrar se dan cuenta de que tenemos que hacerlo todo desde cero, conseguir cada cosa, y entre todas lo hacemos”, agrega.

Contra el machismo interior

El trabajo de Miluska no se ha centrado sólo en los derechos trans. A través de su propio trasegar y autoconocimiento, ha encarnado la deconstrucción de los estereotipos, no sólo de los que les endilga la sociedad a las mujeres trans sino también de aquellos que ellas se adjudican a sí mismas.

El feminismo ha sido un aliado en ese camino. “Para mí el feminismo ha sido una barrera protectora para diferenciar la violencia y deconstruir también lo trans ¿no? Muchas veces arrastramos el patriarcado dentro de nuestra construcción, dentro de nuestras vidas”. (Ver: Feminismo: lo que se dice vs. Lo que es).

Esa deconstrucción de la que habla Miluska tiene que ver con la expresión de género, pero también con las relaciones afectivas y con todo lo que “se supone” es ser una mujer trans. “Muchas veces hemos hablado ‘¿para qué te maquillas?’ La respuesta siempre es ‘para el cliente, para el amigo’.  Nunca dicen: para mí misma. O ‘¿para qué te pusiste las tetas?’, ‘Para ganar más dinero’ o ‘porque mi pareja me quería ver así’ pero nunca, es ‘porque yo quiero’”. (Ver: Soy como soy, ¿qué es la expresión de género?).

“El feminismo es una respuesta colectiva sorora que hacemos las mujeres trans frente al sistema de violencia patriarcal capitalista”, Miluska.

“Hoy en día muchas compañeras trans ya entienden que mi amor es distinto al modelo heterosexual, así algunas, sobre todo las más antiguas, me hayan dejado de hablar”, Miluska.

Para Miluska ese no ha sido un camino fácil en relación con sus compañeras. “Me ha costado mucho el cuestionamiento de las compañeras: ‘tú no eres trans porque te dejaste de pintar de repente’; ‘tú no eres trans porque no tiene las tetas grandes’; ‘tú no eres trans porque no repites los estereotipos binarios que en el trabajo sexual se exigen’. Y luego: ‘tú no eres trans porque estás enamorada de un gay muy femenino y encima es drag queen’. Entonces ha sido desgastante”.

Sin embargo, lo positivo y la construcción de comunidad con las compañeras es mucho más potente que esas dificultades. Con su presencia y su forma de vida, Miluska continúa haciendo activismo dentro y fuera del mundo trans. Hoy día entrar a cualquiera de las Casas Zuleymi, sentarse a tomar un café, conversar de cualquier tema con las compañeras y trazar nuevos rumbos, sigue siendo la mayor inspiración para levantarse cada mañana a seguir caminando.

Este contenido fue producido por Sentiido en cooperación con Heinrich Boll Stiftung.

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